La interferencia que, necesariamente, debía producirse como resultante de la sujeción del individuo, por un lado al tótem de origen materno y, por el otro, a la autoridad del padre, contrarió el desarrollo de las instituciones sociales y políticas; y mantuvo en estado de dispersión la enérgica individualidad del araucano. Los progresos realizados en este terreno, no corresponden ni a su gran energía vital ni a su excepcional inventiva guerrera. Todo induce a divisar en este contraste un fenómeno sociológico transitorio y no la manifestación de la inferioridad mental del pueblo mapuche.
Las instituciones sociales y políticas empezaban en el lov; o sea, la reunión de los parientes inmediatos, que habitan un grupo de rucas vecinas. En estas reuniones sólo se consideraban los asuntos estrictamente familiares.
En una extensión de terreno llano, rodeada de árboles frondosos vecina al catán o a la ruca del lonco o jefe del grupo totémico, se reunían los caciquillos, los indios principales y todos los que le debían sujeción totémica; y en estas juntas se discutían los asuntos internos de su comunidad.El levo era una institución más amplia; abarcaba varios grupos totémicos o cahuines, que reconocían un antepasado común, y solían constar de 1.600 a 1.400 almas. Hacía de cabeza el jefe superior de los grupos, que de ordinario era el descendiente más inmediato del antepasado común, y tomaba el nombre de toqui. En cada levo había tres jerarquías: ngentoqui (jefe militar); el ngenvoigue (jefe civil o del tiempo de paz), y el voiguenvoe (sacerdote), jefe religioso.El levo tenía ya un aspecto abiertamente político. Se decidían en él no sólo los asuntos de interés local, sino también la aceptación o el rechazo de los acuerdos de otros levos, lo pertinente a la paz y a la guerra y, en general, todo lo que afectaba a la comunidad. Cada levo era independiente y autónomo.
Las reuniones de los levos se verificaban en un lugar ubicado, más o menos, a media lengua de la residencia del jefe. Algunos cronistas, en vista del destino de este lugar, lo compararon a una plaza de armas colonial. Otros le apodaron bebedero, por las prolongadas borracheras que se seguían a las reuniones.
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